MI VANGUARDIA (3) Historia de una escultura
Bruno Marcos
Se me ocurrió para llevar, en el Sputnik, a la feria mencionada días atrás donde se materializó la hermana de Ágata Ruiz de la Prada. Era una escultura en la que malversaba los elementos arquitectónicos de una casa. El dueño del Sputnik decidió unilateralmente que no se trataba de una escultura en sí misma, sino que aquella era la maqueta de otra más grande y rotunda cuyo destino era alguna plaza de nuestra maltrecha ciudad. Yo me dejé fascinar por la megalomanía y dije que por supuesto. Al Sputnik le encantó todavía más cuando María de Corral –la directora más poderosa que tuvo el Museo Reina Sofía- se interesó por ella. Su interés consistió en que llamó a su marido para que la viera y en que preguntó si estaba a la venta, luego nos felicitó y se marchó sin más. Fueron pequeños signos pero que, para nosotros -tan inseguros por las cosas tan raras que hacíamos- nos servían de salvavidas.
El Sputnik se comenzó a salir de órbita por aquellos tiempos, lo cual, no evitó que reconociera que ese pequeño triunfo era lo más importante que le había pasado en 10 años de galerismo. Total que me la pidió al volver a casa y me comunicó que varias instituciones querían hacerla en la ciudad a tamaño real. Luego me dijo que si me parecía bien que se construyera en el borde del río, a las afueras de la ciudad, es decir, por los arrabales, porque le habían ofrecido esa ubicación. Un poco desorientado no dije ni que sí ni que no, pero dejando entender que, con tal de que se hiciera, me daba igual.
Así pasaron tres o cuatro años en los cuales me llegaban rumores de que la maqueta estaba guardada en algún rincón del colegio de arquitectos. Uno de ellos me decía cuando me veía: “Yo la he visto, está en tal desván, detrás de unas cajas”. El propio Sputnik comentaba: “ ...es que ocupa un sitio de la leche...”. Yo no sé si la daba por perdida o por durmiente, el caso es que, con el motivo de una exposición sobre las ciudades postmodernas, a un amigo se le ocurrió sacarla del trastero.
La recuperé por unos días y la mimé, la limpié, la restauré, la perfeccioné. El buen amigo creyó que era el momento de intentar volver a construirla y un concejal nacionalista a la castellana, al que nadie escuchaba, nos escuchó. Un día salió ufano con un papel firmando una partida presupuestaria. Con claros accesos de logorrea nos dio varios motivos para que se hiciera, entre otros, que la tal escultura costaba menos que una fuente.
En una cena del evento urbanitopostmoderno coincidimos con José Luis Guerín, el director de cine, que daba una charla sobre el tema de las ciudades y a colación de su película que había obtenido el premio nacional aquel año. Su primeros movimientos en la ciudad –me dijeron- fueron fundirse 50 euros de cecina a cuenta del contribuyente y, después, -según contó él mismo omitiendo el suceso de la cecina- pasearse por la ciudad buscando anticuarios y cosas poco postmodernas. Cenó con el gabán y la visera. Después de ironizar todo el rato sobre el hecho de que el bailarín –también presente- se hubiese hecho concejal del pp, mientras este, a su vez, ironizaba con que el otro existiese, como si el nacionalismo leonés fuera una filfa, se volvió inesperadamente hacia mí y me dijo: “...y vosotros ¿a qué os dedicáis?” Espontáneamente contesté: “Yo soy artista local”. A lo cual –aún no sé por qué- respondieron todos con una carcajada. El ilustre cineasta, sin entender tampoco mucho la broma, sacó un mapa callejero y me invitó a que le señalara el sitio donde se hallaba mi escultura.
A los pocos meses cambió el gobierno municipal y el tal leonesista se mudó a otra concejalía. Ante los requerimientos contestaba diciendo que la firma de ese papel -que tan generoso nos ofreció sin habérselo pedido- podía haber sido falsificada. Su sucesora se apiadó y se comprometió a hacer lo que él otro había prometido; pero, entonces, el tal nacionaleonesismo, que eran cuatro, se escindió en dos y dos, para coaligarse dos de ellos con la oposición, con lo cual la escultura volvió a un desván.
No les guardo rencor, de todas formas, la tal escultura era demasiado metafísica.
6 Comments:
me recuerda tu obra a un cementerio de la Costa de la muerte
dónde esta esa obra?
acabarías cantando el himno ?
la obra está en el desván, la foto es de una de donald judd que se le parece un poco, muy poco.
te reirás pero el himno(de león) sí lo entonamos en la cena de nueva york... por reírnos de los de valladolid (que pagaban) acabamos haciendo el ridículo....pero muy bajito
El cementerio al que aludes es obra de Cesar Portela (uno de los arquitectos que han concursado para la estación de AVE de ésta nuestra localidad). Está en Fisterra, en Punta Nariga.
Por qué será que descubro en estas notas acontecimentos de los que no supe cuando compartiamos café casi a diario. Cuan discreto en tu casi ascenso al Olimpo del mobiliario urbano. Acaso los exabruptos de la Mujer Airada no te dejasen tiempo en la conversación,...
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